La crisis se define como un periodo problemático en la vida de una persona, impulsado por uno o varios eventos difíciles; de acuerdo a la RAE, se refiere a un cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados…
¿Te has llegado a sentir en crisis? En realidad, todos pasamos por muchas de ellas. El nacimiento y la muerte son, de hecho, las más grandes crisis que sufriremos en nuestra existencia, cuyos irreversibles cambios de estado definen lo que es la vida.
Dentro del campo de la educación y, particularmente, dentro de la filosofía Montessori, partimos del estudio de los primeros cuatro planos de desarrollo que, sin duda, marcan las crisis evolutivas por las que el ser se construye. Hablamos de la infancia, la niñez, la adolescencia y el adulto joven.
Los cambios más drásticos se dan durante los primeros seis años de vida, cuando el recién nacido duplica su tamaño y adquiere las habilidades propias del ser humano: el andar, el lenguaje y la imaginación; una hazaña que, por sus dimensiones, no se volverá a repetir.
A la mitad de esta etapa, sin embargo, se da una primera adolescencia: los llamados terribles tres, justo cuando llega a Casa de los Niños. Y diríamos que, más que terribles, estamos presenciando el duelo de quien está dejando de ser bebé para convertirse en infante, que se reconoce como individuo capaz de actuar por sí y para sí mismo.
No pasará mucho tiempo para que (alrededor de los seis años, cuando pasa a Taller) comience a mudar los dientes de leche por los definitivos, para que el cabello y su piel cambien de textura y para que el pensamiento se convierta en una herramienta más importante que sus propios sentidos. Este infante está transitando hacia la niñez, en donde las historias serán la mágica llave que avive el fuego de sus intereses.
A mitad de este periodo, hacia los nueve o diez años, comenzará un viaje más –en Taller II–: los ciernes de la pubertad que lo conducirán hacia la adolescencia. Hablamos de una persona que busca entender el mundo a través del comportamiento de los adultos y, por eso, está muy pendiente de la congruencia de sus acciones, así como de la aceptación de su grupo.
Hacia los doce años, que marcan el inicio de la adolescencia –y de la secundaria–, las hormonas hacen que recordemos a ese pequeño de tres años: no entiende a su cuerpo, no tiene claro qué quiere y no está cómodo con todos los cambios que está sufriendo. El adolescente está en medio de una metamorfosis que le dificultan concentrarse en el estudio y en el orden: necesita mucho de nuestra empatía y de proyectos sociales que le den sentido a tanta confusión.
Las cosas comienzan a tranquilizarse cuando pasa al bachillerato o preparatoria y, definitivamente, es hacia los dieciocho años, que nos reencontramos con un ser que se conoce mejor a sí mismo y que ha desarrollado más su paciencia, tolerancia y empatía para comprender mejor a los demás. Está encontrando las pasiones de su vida y puede imaginarse incluido de una forma activa en la sociedad.
Hasta aquí las crisis evolutivas que coinciden con la escolaridad por la que la mayoría cursamos, no obstante, las crisis nos acompañan hasta el último suspiro: pasamos por la etapa en la que decidimos a qué queremos dedicar nuestros esfuerzos y cómo ganarnos la vida; si queremos formar o no, una familia; qué posturas políticas, espirituales y sociales queremos tomar; qué valores nos definirán y con base en qué tomaremos las decisiones más importantes para nosotros y para los demás. Las crisis son incómodas, dolorosas; implican pérdidas y cambios; nos retan a salirnos de lo conocido para explorar con incertidumbre; no necesitamos crearlas porque simplemente llegan a nuestra vida; no podemos evitarlas ni detenerlas; nos pueden generar miedos, ansiedad, angustia, temor y hasta depresión, pero… ¿saben qué?
Las crisis son necesarias para hacernos más fuertes y resilientes, como las cargas inmunológicas que nos permiten transitar sin caer enfermos; nos hacen crecer en muchos sentidos: nos ayudan a valorar lo que tenemos, los logros propios y ajenos, a cuidar lo de todos; nos ayudan a ser mejores seres humanos y nos enseñan a vivir con mayor plenitud.
Cada fin de ciclo escolar y comienzo del siguiente son, también, una posibilidad de crisis. Atrás dejamos un periodo lleno de aprendizajes y experiencias y, ante nosotros, se presenta una nueva oportunidad, como una página en blanco del maravilloso libro: “la historia de nuestra vida”.