Pasemos a lo más importante en nuestro actuar médico. Es conveniente hablar del sujeto de nuestras acciones en todo el ámbito médico, como lo es la persona humana enferma, sin firmeza (infirme), desequilibrada, con falta de armonía, sufriente y que anhela nuestra intervención para sanar; necesita ayuda. Es la realidad cotidiana que enfrentaremos y que está frente de nosotros. Es todo un compromiso con el otro, nuestro semejante.
Es el sujeto principal de nuestro actuar, de las investigaciones biomédicas, el eje central de nuestro quehacer como profesionales de la salud. Es lo más importante, el principal sujeto de nuestra acción profesional y el motivo de nuestros estudios, acciones, desvelos y entrega. Esta es nuestra responsabilidad, nuestra misión y nuestro deber cotidiano: el humano enfermo, el que sufre. ¡El que no tenga este interés y entrega, que no sea médico!
El médico pediatra tiene la capacidad de atender pacientes niños, desde la etapa neonatal hasta la adolescencia. Trata a personas frágiles, dependientes, que están en constante proceso de maduración, de crecimiento y desarrollo, que poco a poco se irán convirtiendo en personas adultas que tendrán la capacidad de bastarse a sí mismas, mayor inteligencia, voluntad y afecto, y que desempeñarán un papel importante dentro del medio social al que pertenecen, y en el que se desenvuelven. Todo ello favorecido con la atinada intervención de un médico especialista dedicado a ellos, que tratará por todos los medios a su alcance, lograr esta meta y evitar que cualquier enfermedad que se presente, se complique, deje secuelas y mucho menos les ocasione la muerte, a temprana edad.
La maravilla de la Pediatría es ligarse a una familia y a los niños durante toda su etapa de desarrollo, y hacerlo a lo largo de dieciocho años; el vínculo es innegable, por demás satisfactorio. El compromiso se cumple tanto en salud como en enfermedad.
La vocación estaría dada al cumplir la única misión del médico, que es curar al paciente, lo que significa devolverle la salud de la manera más pronta, suave y duradera, y con el compromiso intrínseco de estar preparado y entregado para ello; además de acompañarle en su etapa de crecimiento, de desarrollo, de maduración y aplicar los conocimientos de la Puericultura en todos y cada uno de los pacientes atendidos. Convertirse en colaborador de los padres para el bienestar de sus hijos; favorecer su higiene, atender sus enfermedades, consolidar la salud y ayudar a que cada uno alcance su máximo potencial para ser un mejor ser humano.
Esta labor será llevada a cabo con el acompañamiento de los padres, sobre todo de la mamá y del entorno familiar que lo cuida y cobija; también los abuelos efectúan un papel fundamental. Una dificultad que trae consigo la Pediatría es que el paciente, por su escasa edad, no tiene la capacidad de expresar sus síntomas, de comunicarlos explícitamente, y es menester que una mamá o un familiar comprometido y observador, nos ayude en esta labor. El Pediatra está obligado a ser más observador e indagador, más comprometido, si es que quiere favorecer al pequeño.
Por otra parte, y de acuerdo a la Filosofía del Hombre, estamos a cargo de dos estados distintos de existencia: la salud y la enfermedad de un ser constituido por una corporeidad y dotado de un espíritu encarnado que le hace pensar, sentir, expresarse y comunicarse con los demás a su alrededor, a través de esta corporeidad, que le brinda espacio y tiempo en este mundo. No se trata de atender a un conjunto de órganos que se enferman y que no tuvieran relación con la totalidad del ser; todo el ser humano enferma; lo psicológico altera el cuerpo físico y la alteración de éste altera lo psicológico del hombre. Somos una totalidad que se manifiesta en vida, en otro estado de existencia, que es la enfermedad; somos un equilibrio inestable y a quien le corresponde reequilibrar, es al médico.
El enfoque radica en atender esta totalidad del individuo en su sentir, en su pensar, en sus funciones que se desequilibran y le causan la ruptura de una armonía en la salud, de una manera automática que le hace preservarse pero que, cuando por una acción dinámica que rompe su equilibrio y armonía, se manifiesta a través de alteraciones en el sentir y en el funcionar, que van deteriorando poco a poco su equilibrio, ya roto, y que le pueden llevar a una circunstancia, ya sea de cronicidad o al no superar lo agudo del evento, llevarle a la muerte.
Entonces la labor del médico será escucharle, atenderle, comprender su padecer y poner todos sus sentidos e inteligencia de la mejor manera posible y con la empatía necesaria para descifrar el enigma que se presenta y resolver dentro de la objetividad y racionalidad de que se es capaz, devolverle atinadamente, de manera pronta, suave y duradera, el equilibrio, la armonía: la salud; curarlo.
La Filosofía y la Homeopatía nos ayudan a entender la totalidad del conocimiento y del humano, no dispersan; integran, unen, conocen. Sabemos que, al estudiar médicamente al ser humano, se le divide en partes para facilitar la comprensión del conocimiento de que es objeto la Medicina, pero que en la vida y en el actuar, está funcionando una totalidad dinámica en cada una de las células que lo constituyen y que el todo es mayor que la suma de todas las partes que lo configuran. Somos una totalidad viviente, activa, única, temporal.
Así mismo comprendemos que es la totalidad sintomática del individuo la que nos facilitará entender uno a uno, cada uno de los casos que se nos presentan para que, a través del discernimiento de una individualidad, muy peculiar y existente en cada caso, podamos actuar racionalmente para curar.
De acuerdo a uno de los cuatro principios lógicos, el de identidad, sabemos que nada es igual más que a sí mismo. Puede haber semejanzas, pero la identidad es única. Por ello cada enfermo es una persona única y, de acuerdo a ella, cada quien hace las manifestaciones sintomáticas de su enfermedad, peculiares, características y propias de cada ser.
Se estudia al individuo enfermo con todos sus síntomas y signos; no específicamente a un órgano enfermo, aislándolo de un ser humano sufriente y en desequilibrio. En la enfermedad no hay una afectación parcial, está enfermo el todo humano. Hay que atender al todo, el sentir, el pensar y la corporeidad que le permite manifestarse, expresarse desde su interior. El todo importa, así como el origen causa