Podríamos decir del vínculo que es un lazo invisible, una conexión mágica o una relación voluntaria. Muchas veces pensamos en el vínculo como la culminación de un proceso; sin embargo, en esta ocasión los invito a acomodar esto de manera inversa para verlo como el punto de partida de una nueva aventura.
En la educación y en la crianza es muy importante trabajar en el vínculo entre el adulto y el menor para facilitar la disposición de escuchar y recibir, para favorecer la comunicación y generar así espacios seguros en donde el niño sienta la confianza necesaria de ser como es, en donde pueda preguntar, explorar e incluso equivocarse, sin temor a ser juzgado o rechazado.
Se trata de un vínculo que va más allá del hecho de compartir la sangre o un apellido, sino del esfuerzo consciente de conocer al otro y de aceptarlo sin prejuicios y sin expectativas, salvo de tener la seguridad de que, ese ser, florecerá en algún momento, tenga o no, el privilegio de ser su testigo.
En una edad temprana, el vínculo entre la madre y el niño es definitivo para la supervivencia y el saludable desarrollo físico, psicológico y emocional del menor; mientras que la interacción con ambos padres le ayudan a formar la matriz con la cual formará su propio modelo de relación con los demás.
La relación que hace un bebé con su cuidador principal es de apego, y es muy importante porque se convierte en un sistema de regulación emocional, cuyo principal objetivo es generar seguridad. El apego entonces puede manifestarse en relación con diversos individuos, mientras que el vínculo se limita a unos pocos.
El apego puede convertirse en vínculo y, cuando esto sucede, la relación permanece a través de períodos más largos y se mantiene en otros espacios.
La importancia de los primeros vínculos radica en que influyen significativamente en la vida futura del niño, tanto en las relaciones que hará con otras personas como en las conductas hacia el juego y la exploración. Un buen vínculo dentro del primer año de edad se refleja en etapas posteriores porque los niños muestran mayor disposición para cooperar, expresan su afecto positivamente, son más competentes y compasivos en la interacción con sus pares, se comunican con mayor espontaneidad, son más entusiastas, curiosos, persistentes y tienen más iniciativa.
Los buenos vínculos en la infancia llevan a la formación de adultos más seguros, capaces de experimentar mayor satisfacción en sus relaciones maritales y sexuales.
Las personas con vínculo seguro pueden establecer lazos afectivos aún ante la separación.
En el siguiente ámbito social está la escuela, en donde los adultos a cargo -los docentes- son los responsables de trabajar en un vínculo con sus alumnos. Este vínculo inicia con la observación, la aceptación y la fe en los logros que el estudiante tendrá, y está basado en el respeto hacia la persona, dignificando sus capacidades y sus habilidades.
El vínculo educativo debe fomentar la relación entre voluntad y autoridad, como un binomio en donde el niño encuentra en la figura del adulto el marco de referencia que le brindará seguridad para saber hacia dónde y hasta dónde ir, sin hacerse daño y sin dañar a los demás.
En este vínculo, dentro de la escuela, el adulto no asume ni sustituye los vínculos con las figuras materna/paterna, sino que abre una posibilidad distinta y más amplia en donde el niño puede desarrollar otros roles sociales y expandir otros intereses, afuera de la dinámica que se ha establecido en su hogar, convirtiéndose en una herramienta que le permitirá al docente darle las llaves para abrir las puertas de la exploración, la investigación, la experimentación y la búsqueda de nuevos conocimientos.
En esta relación segura, el adulto adquiere una autoridad genuina, como resultado de la confianza que el niño deposita en él, y en la que la interacción cotidiana genera un saldo a favor para lograr poner límites y aplicar consecuencias lógicas cuando éste deba dirigir al niño hacia la normalización, hacia la armonía y el equilibrio de su propio ser.
El vínculo se trabaja, se ejercita, al igual que lo hacemos con un músculo. Requiere constancia porque evoluciona con el tiempo, y es responsabilidad del adulto desarrollarlo, a través de un acercamiento respetuoso basado en el amor.