La formación escolar y la crianza familiar son, en conjunto, la educación que brindamos a las siguientes generaciones, y cuya prioridad debe coincidir en la atención a la espiritualidad del niño. No nos referimos a doctrinas, creencias ni religiones, sino a la parte más esencial del ser humano que, por naturaleza, está ligada a todo lo que existe.
En nuestra más pura esencia se encuentra la verdadera razón de nuestra existencia, en donde la historia que nos precede y la tarea cósmica que nos corresponde, confluyen. Una esencia que puede verse empañada conforme pasa el tiempo y nos alienamos a la sociedad.
Nuestra tarea debe dirigirse a relacionarnos con nuestra propia espiritualidad para ser capaces, entonces, de guiar y proteger a la del niño para que continúe desarrollando los valores universales que se necesitan para unirnos como humanidad, tales como la empatía, la solidaridad, el agradecimiento, la amabilidad, la honestidad, el respeto, la justicia, la paciencia, la humildad, la prudencia, así como la búsqueda de la paz, la libertad, el progreso social, la igualdad de derechos y la dignidad humana.
Considero que debemos comenzar con el ejercicio de la no violencia, porque en esta negación ya no se requiere de un antídoto, como sería la búsqueda de la paz. La historia nos enseña que la paz es la sumisión a la dominación, no así la presencia de la armonía y la no violencia. Lo que normalmente se quiere decir con la palabra paz es el cese de la guerra. Trabajar diariamente en la no violencia hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia lo demás es, inevitablemente, incorporar en la vida cotidiana el ejercicio de los valores universales.
Una persona violenta podría definirse como aquella que rompe con el equilibrio y la armonía causando, y causándose, un daño innecesario y antinatural. Y no me refiero a la experimentación artística o a los ciclos críticos por los que todos hemos pasado y que nos llevan a construir el orden y la belleza a través del caos, sino a la ruptura con los valores, la psique y el razonamiento.
La fortaleza y la seguridad que queremos que nuestros niños construyan en su propia persona nace de la no violencia, es decir, de la capacidad de ir resolviendo asertivamente los conflictos propios de la existencia, no obstante, buscar la paz se hace indispensable cuando no hemos podido evitar la violencia.
“Es el mismo tipo de paz que se produce cuando un hombre se enferma, cuando en su cuerpo se libra una batalla entre sus energías vitales y los Artículo microorganismos invasores y finalmente el hombre pierde la batalla y muere. Como corresponde, expresamos nuestro deseo de que el difunto descanse en paz. ¡Pero qué diferencia entre esa paz y la que se conoce con el nombre de buena salud!”.
Educación y paz, María Montessori, p. 22.
La paz, como alternativa para negociar, acordar y resolver, es también una habilidad que debemos desarrollar y estimular, ya que en nuestra naturaleza coexisten la imperfección, la falibilidad y el error, más no por ello debemos disculpar las acciones que nos alejan de nuestra propia esencia.
“Establecer una paz duradera es obra de la educación; lo único que puede hacer la política es librarnos de la guerra”.
Educación y paz, María Montessori, p. 6.
Actualmente es casi imposible abstraernos de lo que pasa en el mundo, de las noticias que encabezan las notas rojas y dramáticas, de las guerras entre naciones y pueblos, del maltrato hacia los animales, del desprecio hacia la naturaleza, de las acciones de intolerancia y odio hacia la diversidad y lo diferente… Y tristemente, lo más peligroso es que este cúmulo de violencia, literalmente insoportable, nos lleva a anestesiarnos de indolencia.
Todos tenemos la responsabilidad de cambiar nuestro discurso, de hablar, promover y retarnos a vivir en la no violencia, de hacer cambios significativos en nuestra vida para formar y criar con el ejemplo, para aspirar a una educación diferente que encuentre su madurez en el entendimiento de la felicidad y la plenitud a través del reencuentro con nosotros mismos.
María Montessori diría en su libro de Educación y paz: “La característica predominante de nuestro estado actual es una forma insidiosa de locura, y nuestra necesidad más urgente es volver a la razón”.
En este momento, como podría ser cualquier otro, nuestra tarea es trabajar en una educación consciente que rebase al ámbito académico y lo guíe hacia la búsqueda del hombre nuevo, capaz de generar las condiciones para vivir y convivir en la no violencia.